Alicia Cabrera de Larrubia
Mirar de frente
Alicia Cabrera de Larrubia trabajaba en Cáritas en la parroquia, mamá de Susana y de Nora… y un alma inquieta: cocinaba, lavaba, planchaba, charlaba con las que íbamos a su casa a hacer “camisón party” (no existía piyama en ese entonces). Alicia nos daba a cada una un camisón largo hasta el piso y prendido hasta el cuello, tiraba varios colchones al piso, nos arropaba y nos decía: Hablen bajito, que los adultos queremos dormir!… Y nosotras cuchicheábamos hasta la madrugada… Alicia miraba de frente, no ocultaba nada… solo su fortaleza increíble para soportar cualquier dolor y defender su familia!!!
Beatriz Horrac
Casa de puertas abiertas
Siempre nos juntábamos por grupos en distintas casas, nuestra actividad no era todo La Parroquia. Organizábamos reuniones en las casas para divertirnos. Hacíamos malones. Los malones eran reuniones “danzantes” en diferentes casas, los varones llevábamos bebida y las mujeres algo para comer. En esos eventos nos fuimos poniendo de novios. En lo de los Larrubia no se podían hacer esos eventos nocturnos que normalmente duraban hasta las 2-3 de la mañana, porque Félix se acostaba temprano y Alicia lo cuidaba y no quería que lo molestáramos mientras dormía.
Alicia ayudaba a Susana y Nora a preparar los sandwichs o tortas que sus hijas iban a llevar al malón. Llegábamos a su casa y siempre con una sonrisa, El Café siempre listo. Enseguida lo ofrecía. Tomaba poco mate por que le hacía mal. Pero igual lo preparaba.
Por lo general íbamos a la tarde a la casa de los Larrubia a tocar la guitarra y cantar, ensayar canciones, y… eso sí a charlar de política. Alicia participaba activamente, se interesaba por todo lo que hablábamos. Quería informarse, decía que nosotros teníamos más información política porque nos movíamos en ámbitos que ella no podía acceder. Era muy preguntadora quería saber todo y mas y mas. Tenía muchas cuestiones críticas, discutíamos bien a fondo lo que nuestro entender nos daba. Muchas veces nos decía “como me hubiera gustado tener el acceso que Uds. tienen a toda esa información”.
Me acuerdo patente que Susana y Nora le decían “mami vos tenés la obligación de comprometerte, cada uno en su medida, entre todos haremos la revolución. Todos no
puede faltar ninguno”. Entonces la abrazaban y le daban besos y ella se ponía toda mimosa y abrazaba a sus “nenas”.
Ella decía somos revolucionarios cada uno en su lugar, yo voy a hacer lo mejor que pueda en Cáritas de la parroquia. Allí recibía la ropa que la gente donaba, la lavaba cuando era necesario, la arreglaban junto a Cecilia Pinciroli y a la Sra. de Fushimi, eran las tres pero Alicia las organizaba con ese modo tan suave que tenía. Uno entraba a la casa de Cáritas que quedaba en 23 entre 51 y 53, justo donde terminaba el templo de la parroquia. Alicia agarró la batuta y limpió todo, por que estaba abandonado, lo puso en condiciones y empezó primero con un roperito y luego más y más hasta ocupar toda la casa con ropa acomodada y clasificada. Me acuerdo los días que iba la gente que hasta se hacían colas para la entrega. Alicia o las otras señoras entregaban con un amor supremo. La escuché decir “cuando será el día que la gente no venga mas, eso querrá decir que ya no habrá mas necesitados, luchemos por eso”.
Luego dos días por semana iba la gente que necesitaba ropa y le daban de acuerdo a sus necesidades. Con un respeto supremo. La gente iba y era como ir a una tienda, la ropa estaba perfectamente acomodada por talles y tipo, varón o mujer. Niños aparte.
Estaba muy orgullosa de sus hijas.
Eduardo Roussy
Antropología de los regalos
¿Cómo contar de Alicia Cabrera a quien no la conoció? Se me ocurre que podría intentar un acercamiento desde el punto de vista antropológico, específicamente desde algo que -con la impunidad que otorga la ignorancia- denominaré antropología de los regalos, con perdón de los antropólogos, claro, que tal rama de dicha ciencia seguramente no existe. Ustedes juzgarán luego, si a tal fin sirve o no lo que les cuento de ahora en más.
Alicia era de las personas que tenía por costumbre hacer regalos del tipo que no pueden acomodarse en un armario, que de tan inasibles sólo pueden guardarse en el fondo del alma, para allí permanecer indemnes al paso del tiempo, e incluso poder ser compartidos con quien uno quiera durante el resto de la vida, porque nunca… nunca se desgastan. Acá un par de ejemplos, uno ajeno y otro propio: Hace algunos años mi prima, Susana Cabrera, me contó de cuando Alicia le regaló un cielo estrellado aquella vez que de niña fue de visita a La Plata, y la tía sacó los colchones de las camas y los puso en el techo de la casa para que su sobrina y sus hijas, Nora y Susana Larrubia, estuvieran más cerca del cielo y poder mirar las estrellas antes de dormir, para cada tanto asomarse mediante la ayuda de una escalera a ver si necesitaban algo.
En el verano del 76 fui de vacaciones a Mar del Plata con Alicia y la Abuela Antonia, su madre. Y uno de esos días Alicia me dice: -Mañana te voy hacer un regalo. Intrigada me interrogaba sobre qué sería, y empecé a enumerar mentalmente los obsequios de la tía: el evangelio de ediciones San Pablo en el 72, pequeño y de tapa azul plastificada, y… nada, nada más que se pudiera guardar en un cajón; lo otro habían sido los momentos: paseos por La Plata; la fundación secreta de una ciudad mítica, que de tan arcana ni su nombre recuerdo siquiera, a orillas de la laguna Cochicó donde acampamos el verano anterior; y su tiempo… porque ella daba horas de su vida para charlar y estar a tu lado. Esa noche el sueño tardó en llegar. –¿Un regalo, qué será? Un regalo, un regalo… Y así hasta dormirme. A las pocas horas el alba, y Alicia que me despierta. -Vamos, arriba que hoy es el día prometido. Salimos a la calle emponchadas, caminamos medio en penumbras unas cuadras hasta llegar a la orilla del mar; la arena mojada, viento y frío, mucho frío; permanecimos de pie y… de pronto ahí estaba: un sol enorme semicircular, rojo-anaranjado, emergiendo de un horizonte de agua… ¡Su regalo era EL AMANECER! Pero estas palabras con que hoy evoco aquel portentoso evento no fueron las que inundaron mi mente en aquel instante mágico, en que azorada por el espectáculo e inmersa en un miedo sordo por la furia y negrura de las olas, sólo pensé: -Es el sol, Alicia me regala el sol…
Y un día cualquiera, no hace tanto tiempo, hablando sobre esta cuestión de los regalos del alma con la Negra Marino también conocida por Coca, persona muy vinculada a mi familia y amiga de Alicia, le cuento lo del sol asomando al final del mar que Alicia me regalara aquel verano del 76, y la Negra que me dice: -A mí me hizo el mismo regalo, sólo que fue en el 75, en Miramar. Y la Negra, con los ojos vidriosos de tanta ausencia, y esa voz entrañable teñida de un timbre tan particular cuyas ondas sonoras parecieran desplazarse vibrantes por el borde de una cornisa, que concluye con un: -Alicia amaba el amanecer.
Emilia Cabrera
Siempre fe y esperanza
ALICIA… hoy tengo 18 años más de los que vos tenías cuando deje de verte, se que trabajabas para la parroquia, tejías, arreglabas ropa…
Este cuadro lo pinto mi hijo Emiliano Bellini, creo que fue después que cayó Bagdad. Su sensibilidad ante las mujeres que sufren viene desde siempre. Será que nació en 1976??
Me pareció que representaba el dolor que atravesó nuestro país. Sé que te hubiese gustado, sobre todo por la púber de cara al sol, con su alma repleta de fe y esperanza.
Para eso pariste tus hijas y hoy la vida te regala no importa donde estés, las nietas que seguro llevaran prendida a su cinturas las fragancias dulces de los nardos…
Susana de Iraola