Hoy hacemos memoria

Memorias de una alita

Tienen que tener en cuenta que el relato de mis recuerdos son de una nena de 9 años. Si bien, yo ya tengo muchísimos más, mis recuerdos y elucubraciones de aquella época quedaron clavados en mi cabeza. 

Muchos años después, cuando pude resignificar todo, ya no tuve la oportunidad de saber qué recuerdos eran reales y cuáles no, (mucha fantasía infantil, dice mi hermana Jesús , cuando lo leyó)

Por muchos años no se hablaba del tema o se hacía en voz muy baja (obviamente nunca conmigo directamente, recuerden que sólo tenía 9 años), entonces mis recuerdos son construcciones de conversaciones “entre grandes” que escuché, y construcciones colectivas de todas las conversaciones “entre grandes” que mis hermanas y otras chicas/os de la parroquia escucharon (ninguno superaba los 10 años).

Fui alita supongo yo, en los años 73 y 74. En el 75 me pasaron a Caravana y éste fue el último año (o fue un año antes todo???). 

Mis padres iban a la Pastoral Familiar, me parece que a mi papá mucho la iglesia no le gustaba, pero mamá era muy insistente (o por ahí sí le gustaba). Cuando Bengochea se fue, el cura que vino, Montaña, era un HdP. Con él no había más Pastoral Familiar. 

Encima era un mentiroso, porque decía que en el tranvía guardaban armas los montoneros!! Una estupidez porque nosotros sabíamos que ahí se guardaban las carpas y los cajones de patrulla de los scouts. Yo desde mi primer día de alita quería entrar al tranvía, pero los Roberts nos sacaban corriendo!!! A mí me daba bronca, porque a las chicas del Clan las dejaban entrar y yo quería ser grande.

Montaña, el cura HdP, hizo 3 listas con las familias de la parroquia: una negra, una gris y una blanca. A mis viejos les dijo que estaban bien pero que se cuidaran con quienes se juntaban. Por eso cuando se juntaban lo hacían sin mucho barullo, y los chicos íbamos y nos encontrábamos en esas casaquintas de la familia tal que tenía hijos de nuestra edad y de los grandes que entendían, o en el campo de la familia cual cuyas hijas menores eran como mi hermana Ceci y yo,o en la casa de la otra familia cuyas hijas eran de la edad mis hermanas – disculpen, pero sigo sin poder poner más apellidos que el propio -. Y así es más discreto, pienso a mis 47 años. 

Esas reuniones nos permitían a los chicos encontrarnos, ya no los sábados en la parroquia como estábamos acostumbrados, sino en un espacio nuevo que no alcanzábamos a dilucidar. Estábamos solos, sin dirigentes, sin patrullas, sin campamentos.

Recuerdo patente la frase “parecía que la mano de Dios sostenía la puerta” que según escuché, dijo alguien de la familia C, cuando los milicos fueron a buscar a su hijo y no pudieron tirar abajo la puerta. El logró escapar por el balcón. La familia se fue a Venezuela. Para nosotros los chicos fue terrible, porque los más chicos de esa familia eran nuestros amigos. Y para ser sincera, su hijo Fede (de nuestra edad) era re lindo. Por un tiempo fantasee con que tengamos que irnos nosotros también, así nos ibamos a Venezuela y volvía a verlo. La partida de las chicas y sobre todo de Fede, me mostró de forma tajante cómo había cambiado todo.

En esa época en mi casa estábamos construyendo una cocina nueva, había una ventana que los albañiles habían tapado con un revoque grueso ya que al día siguiente vendrían a poner el fino. Yo pensé que si nos pasaba algo, si desaparecíamos, yo tenía que dejar escrito lo que había sucedido. 

Entonces en pedacitos de papel empecé a escribir lo que pasaba en la parroquia y en el país, que la gente desaparecia, y puse nombre y fechas y fui escondiéndolos entre el revoque grueso, segura que luego lo taparían con el fino. De esta manera pensé que si nosotros no estábamos más – ¡mis papás se seguían viendo con la gente de la lista negra!, en muchos años alguien encontraría esos escritos y sabrían lo que había pasado. Luego me fui a la escuela y pensé que por ahí los albañiles veían los papelitos y los leían y ¡¡¡nos denunciaban!!! Pasé mucho tiempo aterrorizada con esa idea, mi mamá me iba a matar. Yo sabía que no había que hablar de esas cosas. 

Pasaron casi 40 años y esos papelitos supongo que seguirán estando allí.

Terminé la secundaria con el guardapolvo abajo de las rodillas y abrochado hasta el cuello. Cuando ingresé a la Facultad en pleno despertar democrático, la mayoría de mis compañeros eran gente grande, militantes que habían vuelto, había un “no sé qué” en el ambiente. ¡Era maravilloso! Yo quise contarle a mis compañeros de la facu de la Parroquia, de las guías, de los scouts, de Capitanio y Bengochea. 

– Ah pendeja, vos eras chupacirio, nosotros militábamos. 

Y ahí supe que tantos años de silencios me habían dejado sin palabras para contar . 

Gracias Olga Castro Busso, Rubén Capitanio, Beatriz Horrac, Adela porque recién ahora, luego de 40 años, empiezo a entender la fuerza de esa comunidad a la que pertenecí.

Ana Gatica

Resistencias

En el año 1977, en la parroquia Nuestra Señora de las Victorias, luego del paso de los sacerdotes Montaña e Izurieta enviados por monseñor Plaza, solo quedaba la catequesis. Luego del exilio interno del padre Juan Bengochea, se habían disuelto, a sangre y fuego, los grupos juveniles, los grupos de padres y la comunidad guía- scout más grande de la ciudad de La Plata. La dictadura no pasó desapercibida para esta comunidad: muchos de sus dirigentes habían sido detenidos o continuaban desaparecidos, mientras el piberío del barrio ya no concurría a sus actividades y al encuentro mayor de los sábados. Ya no se organizaban campamentos ni fogones en el parque San Martín. El dolor que cruzaba todo se hacía evidente en las visitas a las cárceles, las cartas furtivas, las reuniones secretas. Un nido barrial había sido pateado con saña.

La parroquia volvía a impartir sacramentos y catequesis, oficiando aburridas misas diarias y dominicales. Pero el grupo de catequistas también había quedado diezmado. Nilda y Maruca buscaron nuevas vocaciones. Ya desde 1975, habían estado conversando con Enrique Quique Spinetta, hijo de uno de los referentes detenidos desaparecidos, y con Claudia Bernazza, una guía del solar con vocación docente. Los convocaron para tomar un grupo en 1976, y ellos aceptaron. Frente al derrumbe, este acuerdo, curiosamente, quedó en pie, y los sacerdotes llamados a disolver la comunidad no notaron ningún peligro en esta convocatoria.  

Durante el mes abril de 1976, Quique y Claudia recibieron a su grupo todos los lunes, miércoles y viernes por la tarde.  Los chicos empezaron a tejer vínculos de afecto, y esa pequeña comunidad fue semilla.

Soy Claudia, pero aquella Claudia de 15 años me resulta, casi 50 años después, muy lejana. A partir de 1977, y ya con 17 años, puedo hablar de aquella experiencia en primera persona.

Año 1977. Mientras visitábamos a nuestros dirigentes en la clandestinidad o en la cárcel, aquel grupo se afianzó y comenzó la catequesis de perseverancia. Nos reuníamos los sábados a la mañana. Tímidamente, volvimos a probar los juegos, las charlas y las lecturas de la comunidad guía – scout que la dictadura había desmantelado. 

Año 1978. Ese puñado inicial ya es un grupo de más de 50 chicos y chicas del barrio, muchos de los monoblocks que se erigieron en la manzana de 49 y 22. A inicio de ese año comienza a funcionar como grupo Sembradores, un nombre que recordaba a los Riders (caminantes) de la tropa scout o a los exploradores de don Bosco. La memoria se recuperaba en estos guiños. En diciembre de ese año, los Sembradores presentan, en el atrio del templo, un Pesebre Viviente musicalizado con canciones de Quilapayún. Nadie sospecha, sin embargo, de esta resistencia. 

Año 1979. El dolor y el silencio continúan. Mientras Chiquita Dalmaroni reúne a un puñado de madres de la comunidad guía – scout en sus clases de costura (allí concurren Coli Taladriz, Angélica Taladriz,  Mary Sáez, Niní Maturano, Julia Gatica y otras), los Sembradores se siguen reuniendo. Su parecido con un grupo scout ya es innegable.

El terrorismo de Estado es una maquinaria furibunda, pero imperfecta. Hay hilos que se le escapan… Las madres y los hermanos menores crean estos refugios de aparente ingenuidad…

En el año 1980, con la llegada del padre Angel Dauro y sus delirios de virgen milagrosa (la parroquia pasará a llamarse Rosa Mística), el grupo Sembradores es expulsado de la parroquia. El grupo es recibido en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe. El acompañamiento del sacerdote Leonardo Belderraim y su cercanía con el movimiento de los focolares se convierten en un reaseguro. Allí se realizaron, en 1982, festivales por la Paz (contra la guerra de Malvinas) y actividades que ya hablaban, sin tapujos, de la tragedia de la dictadura y el terrorismo de Estado.

De este grupo, que llegó a tener más de 100 integrantes, surgieron docentes, artistas, y referentes de una juventud silenciada por la dictadura. Los hilos de oro existen. Aquella semilla plantada en la parroquia Nuestra Señora de las Victorias germinó y dio sus frutos. Este testimonio quiere ser un homenaje a aquel grupo de costura, madres de Plaza de Mayo a escala platense y barrial, y a aquel grupo Sembradores que resguardó una memoria que volvería a la superficie con la recuperación democrática. 

Claudia Bernazza

Otrxs jóvenes recuperaron nuestra historia

Nuestra historia en la historia de todxs

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